-Apaga la luz, mi amor, que ya es tarde –susurró la madre.
Madre e hija estaban en una cama, tumbadas, tapadas y con sueño. La pequeña de unos 10 años, sin embargo, sostenía un libro de cuero entre las manos y no tenía intenciones de dejarlo.
-Mami déjame leer un ratito más –pidió Jacqueline. La madre suspiró y se asomó por encima de la portada del libro, para poder ver lo que estaba leyendo la niña.
-¿De qué trata? –preguntó Maionette. Las letras góticas danzaban doradas encima de un papel que ya comenzaba a amarillear. Jacqueline bajó el libro unos segundos para mirar a su madre.
-Es un libro que cuenta la vida de gente en una realidad paralela.
-¿Y cómo es esa realidad? –preguntó de nuevo la madre. Jacqueline sonrió un poco para sí misma.
-Es… rara. La gente usa una cosa llamada electricidad. Electricidad es energía que se crea en unas fábricas y luego es repartida a todo el mundo por cables. O algo así… -respondió la pequeña con miedo a equivocarse -. No lo entiendo muy bien, es complicado.
Maionette acarició los dulces rizos dorados de su hija y le pellizcó la nariz, haciéndola sonreír.
-Sí, es así cariño. Yo también leí ese libro cuando era pequeña.
-¿Y te gusto? –preguntó ella. Maionette asintió y trató de sonreír de nuevo, pero el cansancio se lo impidió.
-Sí, mucho. Vámonos a dormir ya, por favor cariño. Mañana puedes seguir leyendo otro rato si quieres, pero ahora mismo estoy muy cansada y necesito tumbarme.
Minutos después, ya a oscuras, Maionette sintió como los escalofríos volvían a recorrerla por completo. Jacqueline había comenzado a preocuparse por la temática del mundo eléctrico, y con lo avispada que era no tardaría en descubrir la verdad.
La verdad de que, simple y llanamente, ese libro no sólo era fantasía. La historia del mundo eléctrico ella misma lo había vivido en sus carnes cuando era pequeña. No lo recordaba perfectamente, pero…
Se despertó entre sudores y lágrimas y se dio cuenta de que había vuelto a la cama de su habitación. Vio a su hija aún durmiendo a su lado con la boca abierta y sintió alivio al ver que no la había despertado. Así que, con lentitud y en silencio, se levantó de la cama y fue al baño.
Una vez dentro y con la puerta cerrada, buscó una cerilla para encender la vela e iluminarse. Se miró en el reflejo y se vio pálida y sudorosa como si hubiera acabado de correr una maratón.
Otra vez aquella maldita pesadilla… Por muchos años que pasaran, aquel recuerdo seguía grabado a fuego en su cabeza y no podía hacer nada para eliminarlo.
Se arremangó la camisa y contempló, una vez más, su brazo metálico. Funcionaba perfectamente aunque se trataba ya de un modelo antiguo. Cuando había salido de las alcantarillas se había desgarrado todo el antebrazo de una manera inoperable. Los soldados que la habían encontrado habían conseguido evitar que se desangrara, pero la movilidad no la pudo recuperar hasta que años más tarde le implantaron la extremidad artificial. No había sido la única a la que habían tenido que reconstruir un miembro artificialmente: fueron muchos los heridos y amputados cuando comenzó toda aquella batalla que se saldó con millones de muertos en todo el mundo.
Acarició los engranajes de color cobre, con cariño. Se los habían implantado hacía ya más de veinte años y no le habían supuesto nunca ningún problema. Había tardado meses en aprender a manejarlos y mucho más en asumir que ya no era completamente humana, pero a todo se puede acostumbrar una persona. Hoy en día se sentía tan identificada con ese brazo como con cualquier otra de sus extremidades. Su hija también daba por normal aquella situación.
Sintió urgencia por contarle toda la verdad a Jacqueline, así que salió con la vela en la mano para despertarla antes de la hora normal. Faltaba una hora para empezar a prepararse para ir al colegio, pero pensó que necesitarían ese tiempo. No era una historia fácil de asimilar…
-Jacqueline… despierta amorcito. Quiero contarte una cosa –Maionette se inclinó sobre ella en la cama y le acarició los rizos. Su hija abrió los ojos y se incorporó enseguida.
-¿Qué hora es? –preguntó. Maionette miró el reloj que llevaba colgado al cuello a modo de colgante.
-Las cinco y poco. Luego si quieres te puedes volver a acostar. Hoy no me importa que no vayas al colegio. Venga cariñito, vete al baño a hacer pis y luego vuelves.
-¿Qué es lo que me quieres contar? –preguntó la pequeña mientras se levantaba. Se bajó el camisón que se le había subido hasta casi la altura del ombligo y se desperezó con lentitud.
-Sobre el libro que estabas leyendo. Venga, te cuento cuando vuelvas –respondió Maionette. Cuando Jacqueline salió del baño ya completamente despierta se encontró a su madre con el desayuno en la mesa de la cocina.
La cocina era pequeña y los muebles de madera. Su madre había encendido la chimenea y las llamas servían a la vez para calentar la casa y para iluminarla. En la cocina, su madre iba sacando sistemáticamente de la despensa cereales y galletas, sus preferidos para desayunar. La niña se sentó delante de todos los paquetes y miró como Maionette trasteaba.
Le encantaba mirar como su madre limpiaba y ordenaba la casa: lo hacía con una elegancia y una energía propia de cualquier reina… o así lo veía Jacqueline. Iba vestida con un camisón verdoso largo, y tenía el pelo anaranjado recogido en el peinado alto que se hacía cada vez que quería evitar que el pelo la distrajese
-Mami, ¿estás preocupada por el libro que estoy leyendo? –preguntó dudosa la pequeña -. ¿Quieres que lo deje?
-No, Jacqueline, tranquila. Me gusta que leas todo tipo de cosas y más si para ti son interesantes. Sólo que creo que ya eres mayor para que te cuente una historia que me pasó a mí cuando tenía tu edad. Y tiene que ver un poco con el libro que estás leyendo –empezó Maionette. Sirvió leche para ambas en un cazo de latón y lo colocó en la cocinilla encendida que tenían encima de la mesa -. Me ocurrió cuando tenía nueve años.
>>Estaba en una ciudad bastante más al sur de donde vivimos ahora, en un país que estaba en guerra con otro país, que a su vez estaba en guerra con otro país más. Por aquellos años, y recuerda que te estoy hablando de hace treinta y muchos, la energía que teníamos en casa era por medio de la electricidad como en tu libro. No usábamos ni velas ni carbón ni vapor. Las locomotoras que usamos nosotros ahora fueron sustituidas por metros, trenes y coches que no eran a caballo, sino más modernos. La gente se había acostumbrado a la buena vida, la vida en la que no tenías que hacer nada más que consumir y consumir. Todos, y ahí me incluyo, éramos como muertos vivientes.
>>Un día, estaba yo en la ciudad donde vivía jugando al escondite con unas amigas mías. Me tocaba esconderme y me metí en el alcantarillado de la ciudad. Tuve suerte, porque justo en aquel momento comenzó un ataque sorpresa a mi ciudad, con bombas y misiles que lo destrozaron todo. Estuve escondida en el subsuelo durante muchos días esperando a que todo terminara antes de salir. Y cuando salí… pues vi casi todos los edificios destruidos y mucha gente herida o muerta por la calle.
>>Unos soldados me vieron y me acogieron durante mucho tiempo. Me curaron la herida que tenía en el brazo y me mandaron a un hospital dentro de un campo de refugiados. Allí me pasé muchos meses mientras todo volvía poco a poco a la normalidad. La guerra continuaba, y esta vez entraban en ella todos los países que había a nuestro alrededor.
>>Antes de la guerra usábamos una energía que llamábamos energía nuclear. Consistía en algo así como transformar átomos, pero lo que sí recuerdo de ella era que era muy peligrosa. Con esa energía creaban bombas que mataban todo lo vivo que hubiera alrededor e incluso esas bombas las usaron en esa guerra. De más de diez mil millones de habitantes del mundo apenas quedamos dos mil millones cuando acabó todo.
>>Para evitar que una guerra así volviera a ocurrir, prohibieron volver a usar la energía nuclear y la energía eléctrica. Sólo se permitió el vapor como energía y el carbón como combustible, aunque también se permitía el aceite, la grasa y la cera para mantener las llamas.
Maionette se quedó en silencio mirando por primera vez a su hija en todo el tiempo que llevaba hablando. Vio a la niña con los ojos muy abiertos mirando casi sin pestañear su vaso de leche, con aspecto pensativo. Aún era muy pequeña para comprenderlo todo, pensó su madre.
-Entonces mami… ¿por eso tienes tú tu brazo de metal?
-Sí, cariñito –Maionette le cogió con dulzura la mano a su hija -. Pero eso no importa tanto.
-¿Por qué no me lo contaste antes? –preguntó Jacqueline mirándola. Su voz era calmada.
-Porque no pensé que lo fueras a entender. Antes eras muy pequeña para saber algunas cosas…
Se quedaron en silencio un buen rato, si mirarse mientras desayunaban. Maionette había esperado que Jacqueline la fusilara a preguntas, pero supuso que la historia la habría calado mucho más hondo de lo que esperaba.
-Mama… ¿eso significa que por culpa de lo que hicieron los demás tuvimos nosotros que empezar la vida desde cero?
Maionette no supo qué contestar.
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Esto es de hace un par de semanas, que finalmente hoy me he animado a corregirlo y subirlo. Intenté hacer algo entre steam y biopunk y creo que estoy contentita. Como no, con toque apocalíptico al final...